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Despidiendo a Diego Maradona: La leyenda de un 10 que supo ser As

Autor
Vargoso
Publicado
26/11/2020
Actualizado
26/11/2020

Este miércoles se despidió del mundo de los mortales el futbolista más grande de todos los tiempos. Víctima de un paro cardiorrespiratorio, Diego Armando Maradona no pudo reponerse de la crítica situación de salud que atravesaba luego de haber sido sometido a una intervención neurológica. Tres días de luto en su memoria se han decretado en Argentina

Maradona-Despedida

Escrito por: Jorge Mario Loaiza

Homenaje a Diego Armando Maradona

Aunque jugara con el 10 a la espalda, Diego Armando Maradona, el futbolista más grande de todos los tiempos, era un verdadero As. Escribo que fue el más grande en el deporte de multitudes, para no polemizar con discusiones respecto a sí fue el mejor o no, si superó o no a Pelé, o a Cruyff, o si sale ganador o perdedor cuando lo comparan con figuras descollantes de la actualidad balompédica, como Lio Messi o Cristiano Ronaldo.

Un As. El mayor de la baraja. Ése que cuando se plantaba en el césped de las canchas, como la carta mencionada cuando cae al board, cambiaba la dirección de cualquier mano. El más grande porque nos acostumbró a verlo hacer cotidiano lo que para un simple mortal rozaba con lo imposible. 

Basta recordar cómo le bastaron 5 minutos en el estadio Azteca, para salir airoso de dos apuestas consecutivas ante los ingleses en un partido crucial para las aspiraciones argentinas, que, en esa instancia de cuartos de final del mundial mexicano, se convertían ya en las de toda América Latina para que la Copa del Mundo se quedara de este lado del Atlántico. 

Diego, el Pelusa, el de la gente, se armó primero de valor para un bluff en el que hizo creer que su cabeza podía llegar más arriba que el puño del gigante Shilton, cuando todos veíamos saltar a un ‘David’ de 165 centímetros para superar en la batalla aérea a aquel Goliath que custodiaba la puerta británica. El balón infló la red y el gol se celebró a rabiar aunque los lentes de las cámaras denunciaran que se había tratado de una maniobra ilegítima, según los cánones dictados por el reglamento.

Engaño, dirán los puristas. Magia, reconocemos los que entendemos que los genios pueden darse licencia de quebrar los paradigmas para llegar a sus metas por caminos inimaginables para el promedio de los que trasegamos por el ordinario devenir de los días, a la espera de una bendición del destino en algún spot que nos acerque a nuestros sueños. Con acierto se dijo que aquel gol, aquella inédita e irrepetible obra maradoniana, se había dado con la ayuda de ‘La Mano de D10S’.

Cuando los ingleses aún ardían en reclamos por el ‘bad beat’ recibido en ese salto, cuando Shilton debía seguir aturdido por el mazazo de ver la lógica rota para despojarlo del pozo en una jugada que daba por descontado que tenía segura; Diego no tardó en leer la debilidad y se lanzó de nuevo al ataque, con cartas marginales y fuera de posición.

Un pase del ‘Negro’ Enrique, en su propio campo de juego, fue convertido por Maradona en una habilitación de gol, cuando empezó a correr entre un bosque de piernas de los súbditos de la reina Isabel, en una danza con acordes de tango que fue acompañada por un buen ‘running’ que solo pudo materializarse gracias al talento del 10 que era As, del mariscal que le dio a los albicelestes el triunfo sobre el imperio británico que en esa misma década segó con su potencial militar las vidas de cientos de jóvenes argentinos en la confrontación bélica que tuvo lugar en las Malvinas.

En ese lapso de segundos en el que el D10S del pantalón cortito sacó a bailar las líneas defensivas de los ingleses, quedó constancia de que su juego, intuitivo, capaz de repentizar donde casi todos se aferran a lo prestablecido por las tablas de rangos; era una apuesta que contaba con una bendición sobrenatural, superior a las estadísticas y a las leyes de las probabilidades. 

El relato que hizo Víctor Hugo Morales de aquella épica maniobra, testifica mejor que cualquier palabra que hoy pueda escribir la epifanía que se le reveló al mundo a través de aquel milagro del Diego de la Gente, como terminaría siendo reconocido después el astro argentino, cuando se editó su biografía, que llegó a convertirse en la Biblia de una posterior Iglesia Maradoniana, honor que ningún otro deportista ha merecido en ámbito alguno.

“Ahí la tiene Maradona. Lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Puede tocar para Burruchaga… Siempre Maradona, genio, genio, genio, ta ta ta ta ta… Goooooolllll… Gooooooollll. Quiero llorar. Dios Santo, viva el fútbol. Golaaazoooo… Dieeeegoooollll… Es para llorar, perdónenme. Maradona, en recorrida memorable; en la jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés? Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina. Argentina 2 Inglaterra 0. Diegol. Diegol. Diego Armando Maradona. Gracias, Dios. Por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 Inglaterra 0”.

Ese instante, condensado en las palabras de Morales, fue como una postal para que cualquier desprevenido pudiera entender la naturaleza que imperó en la vida de Maradona a lo largo de su carrera. El mismo As que descifró el laberinto de los ingleses y encaró al Minotauro que era Shilton en el arco inglés; fue el que se las arregló para salir adelante viniendo de una familia que habitaba un cinturón de miseria como Villa Fiorito, con la carga casi sobrehumana que suponía para un obrero, como era su padre, de quién heredó el nombre, mantener a 8 hijos y su esposa.

Con una serenidad pasmosa a pesar de la adversidad, como un profesional que no sabe de tilts; Maradona podía anunciar al mundo desde su infancia, cuando era apenas un cebollita, pero su descomunal talento ya empezaba a ser una pequeña leyenda en los potreros de su Lanús natal, que lograría encarnar ese sueño del pibe que, gracias a sus piernas, pasó de ser lírica de un tango a una historia de casi tres décadas en los estadios del mundo.

El diamante se pulió de a poco y dejó ver encendido su brillo, con más intensidad en cada etapa de su andar. Con el Pelusa en sus filas, un equipo chico como Argentinos Juniors encaró a los más poderosos del país del Río de la Plata y se encumbró entre ellos. Y en cuestión de unos meses, Maradona ya era el conductor prodigioso de la selección albiceleste que se trajo de Japón el título de campeona mundial, cuando Argentina atravesaba los horrores de la dictadura de Videla y cientos de jóvenes caían al océano lanzados desde aviones en los llamados vuelos de la muerte, o eran detenidos y desaparecidos dando lugar a ese drama que aún se cuenta en el país del tango, con los rostros de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, que siguen enarbolando sus reclamos por los crímenes políticos que las privaron de la vida de sus hijos y nietos.

Lo de Diego fue más que un hito deportivo. Su figura prodigiosa, legendaria, fue el grito de los pobres y oprimidos de Latinoamérica, proclamando que ellos también podían alcanzar la gloria si el destino, como en el caso de Maradona, decidía bendecirlos.

En su escalada hacia el sitial de monarca del fútbol entre finales de los 80’s y comienzos de los 90’s, el Pelusa se calzó las camisetas de poderosos como Boca Juniors y Barcelona. Pero su gran prodigio, fue elegir de nuevo a los desclasados para llevarlos a un pequeño paraíso. 

Recibió los coqueteos del Nápoles y se dejó enamorar por la idea de plantarle cara a los oligárquicos clubes del norte para romper su hegemonía en el dominio de la Liga italiana. Sin muchas fichas y con cartas que no lo ponían entre los favoritos de la mesa, Maradona volvió a encender la magia con sus botines y le dio a la escuadra celeste del sur de la península los únicos dos scudettos que aún cuenta en su historia. No contento con eso, también le regaló al club con el que se inmortalizó la dicha de saborear la gloria continental, al imponerse en una Copa UEFA.

Después vino el mundial mexicano y la historia que conocemos todos los que amamos el rodar del balón en las canchas. La copa dorada entre sus manos, la forma en que su presencia blindó a la selección argentina para hacerla casi invencible en cualquier competencia. Al punto de que estuvo cerca de repetir la proeza en Italia 90, en un mundial en el que Maradona parecía tan local como los propios anfitriones por el amor que había conquistado entre la afición del país que fue cuna del renacimiento. No fue gratuito que Argentina llegara a eliminar a Italia apenas a un paso de la final.

Pero a la FIFA no le hizo mucha gracia la idea de que repitiera título una selección casi paria, representante de un tercer mundo al que solo se le había concedido una vez el prodigio de dar una vuelta olímpica en una cita orbital con sede en Europa, por allá en el 58, cuando lo consiguió Brasil en Suecia, en los albores para el contexto del fútbol de alto nivel de un tal Pelé

Al Diego no lo dejaron contar la misma historia, y con una extraña actuación del árbitro mexicano Edgardo Codesal, la varianza inclinó la balanza a favor de Alemania en la definición del mundial italiano. Dos expulsiones y un penal que permitió el gol de la victoria para los teutones, fueron un saldo demasiado drástico para situaciones que, en muchas otras ocasiones, se habían resuelto sin tanta severidad en circunstancias semejantes.

A Maradona le quedaron restos para intentarlo de nuevo en Estados Unidos, en el mundial del 94, pero las cartas ya parecían marcadas. Después de haber pagado una drástica suspensión acarreada por un positivo por uso de cocaína en la liga italiana, Diego volvió recargado para la cita en el país de las barras y las estrellas, pero esta vez se vio sorprendido en un showdown temprano, cuando repentinamente se le hallaron vestigios de efedrina en una muestra de orina tomada después del juego en el que Argentina enfrentó a Nigeria, en su segunda salida de aquella copa.

En esa ocasión, Maradona dijo haber sentido que le cortaban las piernas. El D10S de Fiorito habrá sabido como hacerlas regenerar, porque aún tuvo tiempo para un nuevo retorno en Sevilla y luego para lucir las camisetas de su amado Boca y de Newell’s Old Boys en su país. Si bien nunca volvió a esa cima del fútbol mundial que parecía pertenecerle por antonomasia (siempre se dirá de un buen jugador que es “un Maradona”), a Diego le alcanzó para tener un retiro digno y hasta darse el gusto de llevar a un nuevo mundial a su selección, esta vez como técnico, aunque con el estrepitoso final que tuvo la participación de Argentina en Sudáfrica 2010.

A sus 60 años, un día en el que las principales competencias de la élite internacional del fútbol se juegan sin presencia en las tribunas por causa de la pandemia, el Diego de la gente ha encontrado el river de los rivers. Aunque ahora no pueda hacerlo en la cancha y con la pelota entre las piernas, como nos acostumbró a verlo por tantos años, Maradó tendrá de nuevo fichas y cartas para apostarse por una nueva gambeta a la muerte. 

Su nombre será inmortal gracias a las canciones que innumerables figuras de la música en su país le dedicaron o al retrato que de él dejó el cineasta serbio Emir Kusturica en el documental con el que honró al Pelusa, para el que no encontró un título que fuera más significativo que el propio apellido de su protagonista. Y el Diego trascenderá el tiempo, esencialmente por la leyenda que nos dejan sus proezas en la cancha; más que por los logros mismos, por lo que simbolizaron. El grito de rebeldía de los eternos derrotados para quedarse al menos una vez con la victoria.

Gracias siempre, Diego. Infinitas gracias por haber sido ese 10 que supo ser As. 

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